viernes, 24 de junio de 2011

Poderes que matan


Poderes que matan

Drogadicción

por Germán Díaz

Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social

germansdb@hotmail.com

Tantos temas para resolver aún en la Argentina, la lucha contra la droga, uno de ellos. Sabemos que la pelea para desterrar o minimizar la droga, en el país, siempre es asimétrica. Nunca podremos combatir a los millones de dólares que circulan por la venta “ilegal”. Pareciera que la fuerza de los “empresarios” de la droga resulta, incluso, demasiado brutal para el poder político.

Somos, por así decirlo, un grupo de hormigas ilusas contra superpoderosos y, en muchos casos, protegidos, tapados, camuflados por los mismos gobiernos. ¿Quién escucha las voces que dicen basta de drogas? ¡No usen drogas! ¡La droga te daña! El lenguaje de sermón que adquieren los que intentan aplacar o disminuir el desastre de las adicciones, especialmente entre los jóvenes, es una voz en el desierto. Claro que la voz no sólo suena con eco en el vacío, sino que, además, enoja a las “hienas”, “panteras” y “serpientes” del adverso hábitat mundial. Tal fue la repercusión y la voz de Bergoglio, cuando se atrevió a denunciar: “En las puertas de los colegios de Buenos Aires, se vende muerte”.

Podemos continuar con la insistencia, a nuestros jóvenes, para que no caigan en la adicción. Pero solo un joven, muy bien acompañado por adultos, muy serio, con una vida asegurada y feliz podrá aceptar el desafío de no sentirse o parecer aburrido en el mundo de las sensaciones y emociones.

El dolor, la frustración, la falta de oportunidades y horizontes, el desahogo, la impotencia, la depresión carcomen por dentro y llevan lentamente a destruir la propia vida, sucumbiendo al vicio asesino de la droga. Lamentablemente, detrás de algo que hace daño a la sociedad, se esconden intereses económicos y políticos, que aseguran que todo prosiga como siempre, que todo parezca normal.

La triste historia de tantos jóvenes aniquilados por las drogas tiene también madres del sufrimiento, del “paco”, de la inseguridad, de la desesperación. Ellas no pertenecen a asociaciones poderosas y millonarias, solo la lucha por hacer sentir su voz en una sociedad cada vez más peligrosa para los jóvenes.

Las leyes, las reglamentaciones y la burocracia no ayudan a terminar con este flagelo social. La vida se ha tornado demasiado difícil para el adicto. Los primeros tiempos son quizá de novedad y euforia, pero la tristeza se apodera lentamente cuando advierten que están atrapados en una red asesina. “Los muchachos que utilizan droga pronto se dan cuenta, a su costa, de los daños que se derivan de ella y los saben describir bien. Lo revela un estudio suizo recién publicado (Swiss Medical Weekly), que señala los trastornos de relación o de tipo sexual provocados por los estupefacientes.

Los jóvenes pagan, pero sus maestros siguen predicando la legalización de la droga: algunos usan la imagen de la droga para atraer audiencias en los escenarios de televisión; otros —como han sostenido recientemente algunos ex jefes de Estado, políticos y personalidades públicas— piensan que, liberalizando, se sustrae el mercado a la delincuencia.

Ambos se equivocan: los primeros porque especulan de mala fe con la debilidad de la adolescencia; los segundos porque la liberalización no ha hecho desaparecer el juego de azar clandestino ni ha reducido el consumo de alcohol; y porque la droga no es, en primer lugar, un problema de delincuencia, sino de vacío de esperanza y de proyectos, colmado por una felicidad artificial que destruye el cerebro.” (1)

Hay otros temas que tampoco se terminan en la Argentina: ¿Por qué no se erradica la prostitución de menores? ¿Por qué no se meten presos a los grandes jefes narcos? ¿Por qué no se cierran las salas de juego que propician la enfermedad de la adicción? ¿Por qué no se prohíbe la venta ilegal de droga? Tal vez, hay intereses, personas que nunca aprobarán una ley para proscribir lo que ellos mismos disfrutan. Hay gente muy poderosa que jamás desconectaría las redes narcos porque perdería mucho dinero en coimas. Necesitamos un fin. Pero el silencio de todos nosotros es la complicidad que ellos precisan para seguir adelante, cebados por los millones de dólares que permiten que todo pase y parezca imposible de exterminar.

Se puede, pero falta decisión. En este año electoral, las decisiones serán mucho más lentas, especialmente en ámbitos que no son demasiado populares o populistas. Al decir de Michel Foucault: un biopoder que legitima el “Hacer vivir, dejar morir”. La entrega de nuestros jóvenes al lobo de la muerte se pagará muy caro.

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(1) Carlo Bellieni, en L'Osservatore Romano, Ciudad del Vaticano, sábado, 11 de junio de 2011 (zenit.org).

http://www.san-pablo.com.ar/rol/?seccion=articulos&id=3509

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