lunes, 17 de mayo de 2010

NIÑO


...”Estas excrecencias, estos musgos que se desenvuelven en los rincones fétidos y oscuros de la sociedad producen más tarde el ratero, el ladrón, el ebrio, el habitante incurable del hospital o la penitenciaría. Los gobiernos municipales o civiles deben como los curas que tienen cura de almas, extirpar estos gérmenes en tiempo y librar a la sociedad futura de sus estragos”...

(Domingo Faustino Sarmiento)

NIÑO

Primero serán los tomacorrientes los que se pongan a la altura de su curiosidad vital, y será el tiempo de salir a comprar el infaltable disyuntor y las tapas para enchufes.

Un buen día el estallido del vidrio nos encontrará diciendo: salí de ahí, deja que yo junto todo, ¿no ves que te podés cortar?... y algunos, los más futboleros, simulando el enojo pensarán sonriendo: “que bien le pega el enanito”... Y cada ventana que ellos abren de ese modo trae a nuestra vida un aire fresco de descubrimiento de lo nuevo junto al recuerdo nostalgioso de las propias travesuras.

Así vamos aprendiendo a ser “los viejos” de una persona a estrenar, y aunque esperemos de ella la continuidad de nuestra obra inconclusa, tendremos que aceptar que debe parirse a si mismo como un individuo, dueño de su proyecto, de su espacio, de sus creencias... y solamente estamos para acompañarlo a ser completa y libremente él.

“Niño, deja ya de joder con la pelota”...

Me resultaría más grato estar hablando de Serrat y su ternura, pero fue mucho antes, a principios del siglo anterior que los dueños de los inquilinatos prohibieron con ayuda de la autoridad municipal el juego en los patios, poniendo a las hijos de los inmigrantes -que pagaban por el alquiler de esos cuartuchos más de la mitad de su jornal ganado en la estiba- al cuidado de la calle. Así comenzaron a forjarse los chicos de la esquina, primeros excluidos de la pujante Buenos Aires, la misma que hoy mastica provincianos en la semana para vomitarlos el domingo en el boliche tropical.

Poco más adelante un jefe de policía prohibiría la remonta de barriletes en los espacios públicos, -aunque no explicó como hacerlo en los privados- tal vez por miedo a esa costumbre subversiva de los chicos de mandar mensajes de papel a través del hilo a ese cielo donde quizás Dios pudiera leer su denuncia de infancia robada. La Ley de Patronato los distribuiría como “peoncitos sin paga” entre las estancias de los socios de la Sociedad Rural, librando así a los buenos ciudadanos de esta molesta presencia, callejera y peligrosa, esa que cada tanto produce algún rédito a los medios con esporádicos y estigmatizantes informes especiales, donde los mismos chicos, solo con uno o dos años más, mostrarán que nada se hizo por ellos mas que usarlos otra vez para vender su miseria. La misma prensa que fue la gran beneficiaria de los chicos en la calle, expandiendo sus redes de distribución con el trabajo infantil simpáticamente disfrazado en la figura folclórica del canillita. Una canallada que hasta de jacta de celebrarles su día...

La sociedad de los niños valiosos, no deja de luchar por expulsar a la periferia de la periferia a estos irrecuperables desechos del sistema. Hace poco en un brillante operativo, fuerzas del orden “se constituyeron” -la gente común simplemente llega- frente a un negocio de juguetería donde tres peligrosos delincuentes infantiles rompieron la vidriera “sustrayendo las mercancías de dicho establecimiento”. No fue difícil la captura ya que los malvivientes se quedaron en el mismo lugar jugando. Me gustaría ser como un chico y creer que el vidrio se rompió de adentro hacia afuera, que fueron los juguetes buscando una razón para ser, o que el cristal entendió que estaba de más...

Pero no soy más que un miembro adulto de esta sociedad que juzga y condena a un cartonero por tener el caballo tan flaco como los hijos, al que tiene que elegir entre la bolsa de avena o el pan y la leche. Ocurre que para el pobre caballo existe una sociedad protectora de animales, que defiende sus derechos de caballo. Y no somos una sociedad protectora de niños, ni en definitiva de nadie... El otro es tan solo un competidor por los escasos bienes que quedan fuera de la mano de los que más tienen. Será él o nosotros... Es mi obstáculo a vencer en lugar de ser yo con otro envase, la co-responsabilidad por la vida, la ternura, quedan afuera del juego capitalista, debilitan, carcomen, como diría Jack London, “la fuerza de los fuertes”...

Y es la marginalidad que este sistema criminal trae, impregnando cada rincón de la vida con la impiadosa lógica del mercado, la que convierte un teléfono móvil con cámara en un micro-emprendimiento de supervivencia, cuando niñas de escuela primaria fotografían su incipiente femineidad en las baños para exhibirla en los recreos a cincuenta centavos el minuto... ¿quién puede asombrarse después de que niños explotados por la pornografía infantil hayan accedido a la misma sin que se haya ejercido violencia física hacia ellos?

Nacen violentados por la sociedad que somos, padecen la violencia cotidiana de la exclusión, sobreviven creando una subcultura dentro de otra, y hasta la ranchada es mejor oferta que el sistema de vigilancia y castigo que creamos para invisibilizarlos y que asombraría al mismo Foucault, quien no dudaría en reformular su obra a la luz de tan novedosas crueldades.

Del discurso de los nuevos guardianes sociales surgen sin escrúpulo algunos planteos tan simplistas como perversos: Si delinquen como adultos que como tales paguen. No se hacen cargo de que este flagelo social que combaten es un emergente nacido del nexo causal entre su prosperidad de barriga llena y las tripas mordidas por el hambre de los otros. Cada albañil que entra o sale de trabajar en sus barrios privados es cuidadosamente revisado por agentes de seguridad igualmente mal pagos, en la certeza que su condición de trabajador pobre es lo más cercano a la delincuencia que se conoce.

Lo que no se revisa son las cuentas que no cierran a la hora de explicar como se llega a vivir en esos ghetos de abundancia rodeados de barriadas sitiadas por la desocupación y el hambre.

Niños. Los que antes eran “el futuro del país” hoy no hacen más que amenazar el presente de ciudades que no están dispuestas a tolerar entre sus buenos habitantes a los hijos de la pobreza. La judicialización parece ser el camino de la limpieza social. En la “justicia”, a aquellos a los que nada se les ha dado más que violencia sorda y sistematizada, se les habrá de exigir el discernimiento moral y la conciencia clara de los que han tenido acceso a todos los bienes materiales y culturales de la sociedad incluida. La hipocresía social va llegando a su punto más alto, Quioscos de barrios marginales anuncian con carteles que no venden vino ni cerveza a menores, pero facturan más por pegamento que un colocador de alfombras.

El imperio recoloniza los márgenes de la mano del alcohol y la droga a precio subsidiado, las víctimas pasan a ser victimarios y el imaginario social se puebla de “niños sin niño”, pequeños y terribles enemigos, en una de las mejores cortinas de humo que se hayan podido crear para ocultar el rostro impiadoso del verdadero enemigo: el capitalismo que mata y corrompe en nombre del privilegio de unos pocos... Y me pregunto como Miguel Hernández: ¿De donde saldrá el martillo, verdugo de esta cadena?... Y creo en verdad que la clave de vida está en el Reino por el que lucho y murió Jesús. El dijo: “dejen que los niños vengan a mi”, pero no está físicamente donde hoy puedan hallarlo, y no es de esperarse que puedan hacerlo tan solo por la fe que pueda transmitírseles caridad voluntarista de por medio. Lo verdaderamente grave, y esta es nuestra responsabilidad como hombres y mujeres de bien, más allá de cualquier cuestión de fe o confesión, es que tampoco está más que en embrión la nueva estructura social que nos encargó construir con su palabra y su vida, con su presencia sacramental y su resurrección. Hemos construido un mundo de no cuidado, de intemperies interminables, de amor que no sale de la infancia para hacerse cargo de la vida digna para todos. Un lugar triste y desangelado sin lugar para Jesús y sus preferidos, los más pequeños. Adultos en miniatura, con la risa en otra parte. Pobrezas reproductoras de nuevas pobrezas.

Y aquí es donde quisiera cerrar mi reflexión con alguna receta iluminada, una pista cierta, con algo más que la certeza tenue y por momentos escurridiza de que Dios no está borrado de nuestra historia, que la esculpe a través de nuestras manos, que va a llegar el día anunciado por Amós, en que “la justicia corra como torrente inagotable”... Por ahora esto es lo que tengo, mis ganas, las de ustedes, alguna oración enojada en medio de las luchas, con la fe que me desborda a la mañana y me abandona por la noche, pero sabiendo que consagramos todo esfuerzo a un proyecto que excede nuestra pequeñez y del cual nuestro Dios de la mesa incluyente es garantía y último refugio

Lo escribí hace tiempo, pero creo que sigue vigente ahora que la baja en la edad de imputabilidad paso por senado y va a diputados... un abrazo. luis

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