miércoles, 4 de marzo de 2009

"Elija la vida, señora"

Carta abierta del sacerdote Pablo Osow*: “Elija siempre la vida, señora” 

Estimada Señora: 

Me ha sorprendido escucharla en declaraciones expresando su dolor por el brutal asesinato de su colaborador. Se nota que lo quería mucho y le expreso mi cercanía. En medio de la indignación, todos podemos equivocarnos. Ha pegado duro su frase “El que mata tiene que morir”, pero ha aclarado que no está a favor de la pena de muerte, argumentando que es católica. Le aclaro que el catolicismo no excluye “en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 2266). Le confieso que yo también me hubiera rectificado, aunque no por razones religiosas: si se trata de matar a alguien, las razones para no hacerlo van más allá de cualquier credo o bandería política. Pensémoslo. Matar a alguien, ¿quién lo permite?, ¿lo decide?, ¿lo ejecuta? Todos seríamos asesinos, aunque fuera por matar a otro asesino… Digámoslo brutalmente: nos sacaríamos varios problemas de encima. Pero nos quedaríamos con uno más grave: hemos matado. ¿Cómo podríamos vivir en una sociedad que legitime el asesinato? Los discursos de la “mano dura” son un arma de doble filo. Seducen, pero terminan deshumanizándonos. Instalan en nuestro corazón sentimientos terribles. 

Volvamos al tema: los episodios de inseguridad. Hay que hacer cumplir las leyes, si no dejamos vía libre al delito. Me llama la atención que identifique inmediatamente minoridad con delincuencia. También me sorprende que no haga referencia a la corrupción estatal como forma fundamental de la delincuencia, aunque de saco y corbata. 

Y por último, también están ausentes de su discurso los millones que se quejan pero no mueven un dedo para construir una sociedad más justa. Los millones que sólo cuidan su “quintita”. Los que –atrincherados en búnkers a prueba de balas– miran Policías en acción y Cárceles, ¡escandalizados! La marginalidad, Susana, se ha convertido en algo exótico, como un zoológico. Un documental sobre villas los hace sentir seguros, lejos de los tiros y de la droga y de la pobreza. Y esa lejanía tiene algo de asesinato, de “lesa humanidad”, creo yo. A pocos les interesa la vida, la historia, el origen, el itinerario de un marginal. ¿Ha hablado alguna vez con algún marginal? No hace falta que el diálogo sea largo para descubrir que somos iguales en naturaleza pero desiguales en oportunidades. A veces nos sentimos “gente honesta” víctima de delincuentes pero, ¿no será que nos ha tocado nacer, inmerecidamente, en un buen lugar? Estoy de acuerdo en que si el Gobierno no hace nada nosotros tenemos que hacer algo. En nuestra parroquia funciona un hogar de día, para chicos que están solos. Así intentamos evitar que se conviertan en chicos de la calle. Los ayudamos a hacer los deberes, les damos la merienda, organizamos juegos y salidas… Profesionales y voluntarios crean para ellos un clima de hogar, el hogar que a muchos de ellos les falta por diversos motivos. Nos parece que la violencia social se soluciona desde abajo, desde lo pequeño, desde la prevención y, sobre todo, desde el amor; nunca desde la violencia. 

Usted menciona el factor “droga”. También funciona un tratamiento ambulatorio gratuito para adictos en recuperación. Y los salimos a buscar por la calle, algunos viernes por la noche. 

Le cuento todo esto porque me parece que si nos quedamos en un análisis de síntomas, perdemos de vista las causas y por ende las posibles soluciones prácticas a nuestro alcance. Nadie se hace cargo de los “vectores sociales” que confluyen en alguien que decide drogarse o delinquir: la falta de horizontes, un sistema educativo que no enseña a pensar, la pérdida de la cultura del trabajo, el vacío existencial, la carencia de hogar, etc. Y esto no es una justificación sino un intento de comprensión y un llamado a la compasión y la acción. ¡Hay que hacer algo! Cada uno desde nuestro lugar, venciendo nuestros egoísmos y achicando nuestras distancias, superando las protestas con propuestas. Pero siempre eligiendo la vida. Todos tenemos el mismo derecho a vivir, aunque a veces nos equivoquemos.

Como verá, no todo el país piensa en todo como Ud.; apelo a su responsabilidad como comunicadora, a su sensibilidad social y a su buena voluntad. Ojalá –si le llegan– le hagan bien estas líneas. Le mando un abrazo, y que Dios la bendiga. 

*Cura de la parroquia San Pedro Armengol en Gerli

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